Alharaca nacional
por José Rafael Núñez Toso
Estos últimos días han estado cargados de euforia. La Presidente Bachelet firmó el lunes el decreto satánico que vulnera el derecho preferente de la Iglesia a entrometerse en la vida sexual de las personas (asegurado por nuestro Código Consuetudinario, cuyo régimen es supraconstitucional), y los cruzados de las buenas costumbres han acudido raudos a devolver las cosas a su orden natural.
En un principio, fue Marta Ehlers la que destacó por sus brillanteces, luego de haber sido invitada a Palacio. Casi al mismo tiempo, se tenía noticia de que el diputado Carlos Olivares (un acérrimo pro vida) viajará a la Ciudad del Vaticano, donde tendrá la oportunidad de asesorarse con los que preparan y elaboran las políticas y edictos papales (este diputado profetizó aborto y sida a causa de la píldora, ¿se lo habrá asegurado S.S. por teléfono?).
Luego de aquello, vino el tema del recurso de Zalaquett, respecto del cual la Corte Suprema debió limitarse a rechazarlo en tanto y en cuanto la norma impugnada ya había sido declarada inconstitucional por el Tribunal Constitucional. Inmediatamente después, tuvimos noticia de una iniciativa promovida por algunos diputados oficialistas: legislar para sancionar a los alcaldes que no cumplan normativas dictadas por el gobierno central referidas a la salud como un “notable abandono de deberes”.
Si aquello contribuye a que Marta Ehlers y sus empecinados colegas antipíldora de otras comunas sean destituidos (o que al menos pasen susto), personalmente celebro la iniciativa, y me limito a saborearla con la imaginación, con la triste certeza de que no será aprobada (y de que, tal vez, sea invocada por el PDC como una causal del fin de la Concertación, aunque eso no me preocupa en lo personal). Todo esto, sin perjuicio de que gracias a los periodistas, los “alcaldes UDI” rechazan la medida (a la frase, además de una preposición mágica, le falta un sustento empírico más allá de lo que hayan dicho cuatro gatos a los diarios), lo que significa, en resumen, que el pueblo ha hablado.
De manera que tenemos una arremetida proporcional al fanatismo que la sustenta, una valiente apología de la sexualidad que defiende Dios por medio de sus ministros y voceros, y una alharaca nacional que no tiene pinta de terminar pronto. Así también, un porcentaje no despreciable de la población se ha enceguecido ante las evidencias (que no quieren o no pueden entender), conformándose con ser orgullosos prosélitos contra la pastilla, dispuestos a fruncirle a uno el ceño y horrorizarse ante los alcances de la “cultura de la muerte”. Les basta decir que los seudoexpertos de la Católica dijeron tal cosa (Argumentum ad verecundiam) para convencerse de que no es necesario leer nada más allá de lo que le ofrecen los líderes del rebaño al que orgullosamente pertenecen y financian.
En un principio, fue Marta Ehlers la que destacó por sus brillanteces, luego de haber sido invitada a Palacio. Casi al mismo tiempo, se tenía noticia de que el diputado Carlos Olivares (un acérrimo pro vida) viajará a la Ciudad del Vaticano, donde tendrá la oportunidad de asesorarse con los que preparan y elaboran las políticas y edictos papales (este diputado profetizó aborto y sida a causa de la píldora, ¿se lo habrá asegurado S.S. por teléfono?).
Luego de aquello, vino el tema del recurso de Zalaquett, respecto del cual la Corte Suprema debió limitarse a rechazarlo en tanto y en cuanto la norma impugnada ya había sido declarada inconstitucional por el Tribunal Constitucional. Inmediatamente después, tuvimos noticia de una iniciativa promovida por algunos diputados oficialistas: legislar para sancionar a los alcaldes que no cumplan normativas dictadas por el gobierno central referidas a la salud como un “notable abandono de deberes”.
Si aquello contribuye a que Marta Ehlers y sus empecinados colegas antipíldora de otras comunas sean destituidos (o que al menos pasen susto), personalmente celebro la iniciativa, y me limito a saborearla con la imaginación, con la triste certeza de que no será aprobada (y de que, tal vez, sea invocada por el PDC como una causal del fin de la Concertación, aunque eso no me preocupa en lo personal). Todo esto, sin perjuicio de que gracias a los periodistas, los “alcaldes UDI” rechazan la medida (a la frase, además de una preposición mágica, le falta un sustento empírico más allá de lo que hayan dicho cuatro gatos a los diarios), lo que significa, en resumen, que el pueblo ha hablado.
De manera que tenemos una arremetida proporcional al fanatismo que la sustenta, una valiente apología de la sexualidad que defiende Dios por medio de sus ministros y voceros, y una alharaca nacional que no tiene pinta de terminar pronto. Así también, un porcentaje no despreciable de la población se ha enceguecido ante las evidencias (que no quieren o no pueden entender), conformándose con ser orgullosos prosélitos contra la pastilla, dispuestos a fruncirle a uno el ceño y horrorizarse ante los alcances de la “cultura de la muerte”. Les basta decir que los seudoexpertos de la Católica dijeron tal cosa (Argumentum ad verecundiam) para convencerse de que no es necesario leer nada más allá de lo que le ofrecen los líderes del rebaño al que orgullosamente pertenecen y financian.
Etiquetas: lobby antipíldora, opinión